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viernes, 9 de junio de 2017

ORACIÓN A LA BEATA ANA MARÍA TAIGI


Oración a la Beata Ana María Taigi

Postrada a vuestros pies,
gran reina del cielo,
yo os venero con el más profundo respeto
y confieso que sois Hija de Dios Padre,
Madre del Verbo Divino,
Esposa del Espíritu Santo.

Sois la tesorera y la distribuidora
de las divinas misericordias.

Por eso os llamamos
Madre de la divina Piedad.

Yo me encuentro en la aflicción
y la angustia.

Dignaos mostrarme
que me amáis de verdad.

Os pido igualmente que roguéis
con fervor a la Santísima Trinidad
para que nos conceda la gracia
de vencer siempre al demonio,
al mundo y las malas pasiones;
gracia eficaz que santifica a los justos,
convierte a los pecadores,
destruye las herejías,
ilumina a los infieles
y conduce los judíos a la verdadera fe.

Obtenednos que el mundo entero
forme un solo pueblo y una sola Iglesia.

Amén.

BEATA ANA MARÍA TAIGI, PATRONA DE LAS MADRES DE FAMILIA, 9 DE JUNIO


Hoy 9 de junio celebramos a la Beata Ana María Taigi, patrona de las madres de familia




 (ACI).- “Aquella mujer era una felicidad para mí y un consuelo para todos... Con su maravilloso tacto, era capaz de mantener una paz celestial en el hogar”, así la describió el esposo de la Beata Ana María Taigi, patrona de las madres de familia y cuya fiesta se celebra el 9 de junio. 

Ana María Antonia Gesualda nació en 1769 en Siena (Italia). Su familia, empobrecida, migró a Roma y sus padres se dedicaron a trabajar en el servicio doméstico, mientras ella fue internada en una institución educativa para niños sin recursos.


A los 13 años la beata empezó a ganarse el pan con su trabajo. Fue empleada en un centro de tejidos de seda y luego estuvo al servicio de una dama noble en su palacio. Poco a poco fue experimentando las tentaciones de la vanidad, como el uso de vestidos ostentosos y el deseo de ser admirada.

Más adelante se casó con Domingo Taigi, que laboraba como sirviente en una familia adinerada. La gracia de Dios se fue adueñando del corazón de Ana, quien más adelante vivió una etapa de conversión y realizó una confesión general.


Con la guía de su director espiritual encontró consuelo en la oración y en ciertas mortificaciones externas que no afectaron su servicio como ama de casa, e ingresó a la Tercera Orden Trinitaria.

Ana debía cuidar a su quisquilloso esposo, sus siete hijos, algunos de los cuales fallecieron cuando eran pequeños, y sus padres que vivían con ella. Solía juntarlos cada mañana para orar, los llevaba a Misa y en la noche se volvían a reunir para escuchar lecturas espirituales y rezar. Este era su secreto para unir a la familia.

Se daba tiempo también para trabajar en costura y con el dinero obtenido compensaba el poco salario de su marido para los gastos del hogar y ayudaba a los más necesitados.

Siendo ama de casa la Beata tuvo algunas experiencias místicas. Dios le concedió intuiciones sobre los designios divinos en referencia a los peligros contra la Iglesia, sobre misterios de fe y acontecimientos futuros. Los cuales se le revelaron en un “sol místico”.

Sufría agonías físicas y mentales cuando oraba por la conversión de algún  pecador endurecido, podía leer los motivos y pensamientos de las personas que la visitaban y las ayudaba. A San Vicente Strambi le pronosticó la fecha exacta de su muerte.

En los últimos años de su vida su salud se resquebrajó gravemente. Asimismo tuvo que afrontar la prueba de las murmuraciones y calumnias, que soportó incluso con alegría.

Partió a la Casa del Padre el 9 de junio de 1837, fue beatificada en 1920 y sus restos se encuentran en la Iglesia San Crisógono de Roma. Es patrona de la Acción Católica Italiana y de las mujeres sometidas a abusos verbales por parte de sus esposos.

jueves, 9 de junio de 2016

BEATA ANA MARÍA TAIGI, PATRONA DE LAS MADRES DE FAMILIA, 9 DE JUNIO


Beata Ana María Taigi (1769-1837)
9 de junio 

Ana María: te pedimos bendiciones para todas las madres de familia.

Que de tal manera brille vuestro buen ejemplo que los demás al ver vuestras buenas obras glorifiquen a Dios (Jesucristo).

Cristo en la CruzDurante el siglo XIX una de las mujeres más populares y de mayor fama de santidad en Roma, fue Ana María Taigi, una sirvienta, esposa de un obrero.

Nació en 1729 en Siena (Italia). Su padre quedó en la más absoluta pobreza y se fue a vivir a Roma. La pusieron unos meses en la escuela, pero luego llegó una epidemia de viruela y cerraron la escuela. Ella medio aprendió a leer, pero no aprendió a escribir. Apenas medio garrapateaba su firma y nada más. Su familia vivía en una mísera casucha en un barrio pobre de Roma. El papá consiguió trabajo como obrero.

Su padre desahogaba el mal genio que le producía su extrema pobreza, insultándola sin compasión. La mamá también la humillaba frecuentemente, y a la pobre muchacha no le quedaba otro remedio que callar y ofrecer todo por amor a Dios.

Aprendió a hacer costuras, y trabajando en el almacén de dos señoras fabricaba ropa de señora, y así ayudaba a conseguir la alimentación para su familia. Y aunque sus padres, que en vez de conformarse con sus suerte, eran cada día más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella tenía siempre la sonrisa en los labios, tratando de alegrar un poco la amargada vida de su hogar. Su mayor consuelo y alegría los encontraba en la oración.

Un día en la casa donde trabajaba su padre, le avisaron que quedaba vacante un puesto de sirvienta, y él llevó para allí a Ana María. Poco después la mamá fue admitida allí también como sirvienta, y así la familia tuvo ya una habitación fija y la alimentación segura. Ana María era una excelente trabajadora y todos en la casa quedaron muy contentos del modo tan exacto como cumplía sus labores.

Cuando Ana tenía 20 años y era una joven muy hermosa, empezó a encontrarse cada semana con un obrero de 28 años llamado Domingo Taigi que venía a traer mercado a la familia donde ella trabajaba. Se enamoraron y se casaron. El era tosco, malgeniado, y duro de carácter, pero buen trabajador, y ella lo irá transformando poco a poco en un buen cristiano. En su matrimonio tuvieron siete hijos.

Un día en que Domingo y Ana María fueron a visitar la Basílica de San Pedro, un santo sacerdote, el padre Angel, sintió que cuando ella pasaba por frente a él, una voz en la conciencia le decía: "Fíjese en esa mujer. Dios se la va a confiar para que la dirija espiritualmente. Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien". El padre grabó bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber aquello que había sucedido.

Y he aquí que nuestra santa empezó a sentir un deseo inmenso de encontrar algún buen sacerdote que la dirigiera espiritualmente, para poder llegar a la santidad. Estuvo en varios templos pero ningún sacerdote quería comprometerse a darle dirección espiritual. Además era una simple sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podía dar una mujer de tal clase.

Pero un día al llegar a un templo vio a un padre confesando y se fue a su confesionario. Era el padre Angel, el cual al verla llegar le dijo:

"Por fin ha venido, buena mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar hacia la santidad. No desatienda esta llamada de Dios". Y le contó las palabras que había escuchado el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.

Desde entonces empieza para Ana María una nueva vida espiritual. Bajo la dirección espiritual del padre Angel comienza a llevar una vida de oración y penitencia, pero por consejo de su director espiritual deja de hacer ciertas penitencias que le hacían daño para la salud y se dedica a cumplir aquel viejo lema: "La mejor penitencia es la paciencia". En pleno verano bajo el calor más ardiente, hace el sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Demuestra gran paciencia cuando su marido estalla en arranques de mal genio. Madruga para tener todo listo para sus hijitos que van a estudiar, y se dedica con todo el esmero posible a educarlos lo mejor posible. Sufre con admirable paciencia las burlas de muchas personas que la tildan de "beata" y "besaladrillos", etc.

Y sucede entonces algo muy especial. Ana María empieza a ver el futuro en medio de un globo de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle personas de todas las clases sociales. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo que les va a suceder y a otros lo que ya les sucedió. Y a todos da admirables consejos, ella que ni siquiera sabe firmar.

Domingo Taigi dejó escrito: "Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba a cualquiera, aunque fuera un monseñor o una gran señora y se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo. Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos. La nuera era muy mandona y autoritaria y la hacía sufrir bastante, pero jamás Ana María demostraba ira o mal genio. Hacía las observaciones y correcciones que tenía que hacer, pero con la más exquisita amabilidad. A veces yo llegaba a casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira, pero ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía que calmarme al muy poco rato. Cada mañana nos reunía a todos en casa para una pequeña oración, y cada noche nos volvía reunir para la lectura de un libro espiritual. A los niños los llevaba siempre a la Santa Misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor educación posible".

Para llevarla a la santidad, Dios le permitió muy fuertes sufrimientos, que ella ofrecía siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo que sufrir una gran sequedad espiritual y angustias interiores. Antes de morir padeció siete meses de dolorosa agonía. Y a pesar de todo su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios. Sufrió la pena de ver morir a 4 de sus siete hijos. Además tuvo que sufrir por las calumnias y murmuraciones de la gente.

De varias personas anunció la fecha en que iban a morir y se cumplió exactamente. Anunció también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa Iglesia Católica y en verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo de El que mientras que ella viviera no llegara la peste del tifo negro a Roma. Y así sucedió. A los ocho días de su muerte llegó a Roma la terrible peste.

Murió el 9 de junio de 1867 a la edad de 68 años.

Por su intercesión se han obtenido maravillosos milagros.

Su cuerpo se conserva incorrupto en Roma.
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